Había una vez…
…un niño muy enfadado y muy triste.
«¿Y por qué estaba enfadado y triste?», Os preguntaréis. Pues ahora mismo os cuento la historia de este niño llamado Iker y que descubrió un mundo nuevo lleno de sueños, de magia y de ilusión.
Un día, cuando el Iker volvió de la escuela sus padres le contaron que habían visto una casa más grande y más bonita y que pronto se irían de la casa donde eran para ir a vivir a la nueva casa. Le explicaron que su habitación sería más grande, que podría jugar a la pelota en el jardín y que incluso habían pensado que podrían ir a la perrera y escoger un perrito para que viviera con ellos. Pero esta idea no le hizo ninguna gracia a Iker y se enfadó mucho con sus padres.
El Iker no quería irse porque tenía un amigo secreto con quien se veía todas las tardes y pensaba que si se iba de casa para ir a vivir a otro lugar ya no lo vería nunca más. Cuando llegó el día de hacer el traslado, Iker estaba muy enfadado. Mientras los operarios cargaban el camión y sus padres acababan de dar la última vistazo a la casa para no dejarse nada, Iker se fue a buscar a su amigo, pero por más vueltas que dio no lo encontró. Cuando ya volvía, giró hacia la derecha en dirección a su calle y se encontró su cama en el suelo, estaba rota, y se enfadó más. Sus padres le dijeron que no se preocupara ya que le comprarían una cama nueva para su habitación.
Cuando llegaron a la nueva casa sus padres le enseñaron su nueva habitación y se encontraron con una gran sorpresa. Su habitación estaba vacía… Excepto por un detalle: ¡había una cama grande! Los padres se quedaron sorprendidos porque cuando compraron la casa no había ningún mueble en el interior y no sabían de dónde había salido. Pero como Iker había quedado sin cama y esta era muy grande y muy bonita, decidieron que podría dormir ahí.
A la hora de acostarse Iker aún estaba enfadado. Se estiró sobre la cama y se quedó dormido enseguida.
Se despertó rodeado de caramelos, de chocolate y de juguetes y de repente a poco más de un palmo de su cara, estaba su amigo, Nil, que le dijo: ¡Vamos, que te tengo de enseñar muchas cosas! Viajaron sobre una moto con ruedas gigantes, volaron con un globo sobre el río, subieron a un tren hecho con chocolate y fruta, descubrieron que los animales les hablaban, jugaron con vehículos teledirigidos, hicieron construcciones con fichas de caramelo, rieron, hicieron una escala que llegaba hasta el cielo y estuvieron saltando sobre las nubes… Y, ¿sabes qué más hicieron? Visitaron ciudades mágicas donde se hacía realidad todo lo que querían, donde de las fuentes salían bebidas de naranja, de limón o de piña, donde los caminos estaban llenos de regalos, donde a cada paso había una sorpresa por descubrir…
Y así fue como Iker recuperó la ilusión y también la alegría y fue muy feliz porque cuando iba a dormir podía hacer todo lo que siempre había soñado. Y siempre la acompañaba el Peludo: su perro inseparable, ¡que sólo hablaba en sus sueños!
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.